Toma de decisiones

Time is money, la célebre frase enunciada por el pequeño de los Franklin, Benjamin (malo, lo sé, pero no he podido resistirlo), constituye, entre otras cosas, un canto a la esencia del capitalismo: el aumento de la productividad. No seré yo quien defienda desde esta bitácora las ventajas de un sistema insaciable, que parece haber devorado a todos sus enemigos (sí, amigos, hay o había otros alternativas, otros modelos de orden: hay vida más allá de este capitalismo voraz) y que no contento con haber vencido, necesita, mal ganador, cobrarnos por la ilusión de que nosotros podíamos formar parte de él, no sólo como elementos productivos sino como beneficiarios de un bienestar y la riqueza que, le pese a quien le pese, nosotros generábamos. Hoy, la inoperancia e incompetencia de quienes nos gobiernan, que no dudan en conculcar derechos, restringir servicios, ajustar salarios y pensiones, mientras nuestros universitarios se ven obligados a emigrar y aumenta imparable, mes tras mes, la cifra de personas sin trabajo, y a la vez, permanecen hieráticos y sin sonrojo ante la duplicidad de administraciones, la megalomanía de sus iguales, el nepotismo, la farsa de la justicia, la corrupción, el caciquismo, las canonjías, las prebendas, la simonía, el enchufismo…, sí, nuestros gobernantes le han quitado la careta al monstruo, le ha despojado de su máscara, nos han abierto los ojos. Gracias. 
Pero no es ése el enfoque que me interesa aquí de la frase que inicia este artículo, ni tan siquiera su componente filosófico u emocional (si el tiempo es un recurso limitado, cuanto menos invierta en realizar mi trabajo -con eficacia, claro, porque lo que importa es la eficiencia, no sólo conseguir el fin sino los métodos y esfuerzos empleados en su consecución-, más me quedará para mi ocio) sino darle un giro profesional ayudado por un reciente post colgado en Fieras de la Ingeniería acerca de cómo ha de enfocar un ingeniero el proceso de toma de decisiones.

Usos y abusos del PowerPoint

Según matemáticos de la Universidad de Yale, lo que tienen en común la destrucción del transbordador Columbia, la pérdida de productividad en las empresas y la baja calidad de la enseñanza en las escuelas es el programa de presentación mediante diapositivas PowerPoint. Edward Tufte, matemático estadístico y profesor de Ciencias de la Programación en la citada universidad, empezaba su artículo publicado en la revista Wired con el siguiente párrafo: “Imagínense un medicamento muy costoso que promete hacernos hermosos, pero no lo hace. Y que a su vez produce graves efectos secundarios: nos transforma en estúpidos y pedantes, nos hace perder tiempo y degrada nuestra forma de comunicarnos. Sin duda esa droga sería retirada del mercado. Y, aún así, hoy en día el uso de los programas de presentación con diapositivas es omnipresente”.
Tufte es un defensor del minimalismo en el uso de los gráficos y desarrolló en este sentido varios conceptos derivados del análisis estadístico. Uno de ellos es el llamado ratio ink-info (No sé si esto nos llevaría directa o indirectamente a Wittgenstein con aquello de que todo lo que ha de expresarse ha de hacerse de forma clara y sencilla), la proporción o cociente entre la cantidad de tinta utilizada y la cantidad de información transmitida. Sostiene que el PowerPoint está diseñado de tal forma que induce al usuario a perder el tiempo en diseños, gráficos y dibujitos que son responsables de muchas calamidades.
Tufte concluye que el estilo cognitivo propuesto por el programa, sus estructuras básicas (título, subtítulo, niveles, viñetas, esquemas de numeración...) que obligan a que nuestras ideas encajen en este sistema, y la forma vertical de transferencia de la información desde un "presentador" a un "presentado", acentúan la dominancia del orador sobre la audiencia, lo que se transforma en un "modo totalitario de transmitir la información". Como consecuencia "todas las presentaciones son parecidas entre sí: una lista de items que generalmente se van leyendo en voz alta, ofreciendo solo información redundante a los participantes, los que a su vez la están leyendo para sí. Además, debilita el razonamiento verbal y espacial, ya que genera una estructura sobre la cual debemos amoldar los conceptos que queremos transmitir. Esto se agrava aún más por el uso indiscriminado de elementos distractivos: dibujitos, fondos de color, animaciones, etc."
Tufte concluye su artículo: “PowerPoint es una buena herramienta para proyectar diapositivas. Pero, en lugar de complementar las presentaciones, se ha convertido en sustituto de estas, e ignora la más básica de las reglas de un orador: respetar a la audiencia.”
El matemático ha llegado a responsabilizar, parcialmente, eso sí, al uso de PowerPoint de la destrucción del transbordador Columbia ocurrida en el año 2003 y en la que murieron todos sus ocupantes. Al parecer, conocido el problema (los defectos en las "tejas" que constituían la protección térmica de la nave), los ingenieros de la NASA fueron enviando sus informes a la nave en PowerPoint en lugar de utilizar un "texto plano", dicho de otro modo, se perdió mucha información cuando los ingenieros intentaron condensar sus evaluaciones de riesgo para que encajaran en la estructuras comunicativas utilizadas en las diapositivas.